¿Las plantas piensan?
¿Alguien hubiera imaginado que una planta podría darse cuenta cuando nos estamos acercando? Aquí alguna información sobre la vida oculta del mundo vegetal.
Resulta que las plantas poseen un vocabulario sensorial mucho más amplio que lo que nuestra percepción de ellas como objetos casi inanimados o estáticos podría sugerir: pueden oler la madurez de sus propios frutos, distinguir entre diferentes tactos, diferenciar entre «arriba» y «abajo», y retener información sobre eventos pasados, «detectan» cuando algo se les está acercando, e incluso «ven» si usted está usando una camisa roja o azul. Como las personas, tienen genes únicos que reconocen la luz y la oscuridad, para cerrar su reloj interno.
El biólogo de la Universidad de Tel Aviv, Daniel Chamovitz, es el responsable de acercar esta información al público. En su libro, «What a Plant Knows: A Field Guide to the Senses» («Lo que una planta sabe: Una guía para los sentidos») afirma que las plantas pueden ver, oler y sentir. A su vez, son capaces, según el autor, de defenderse y avisar a sus vecinos si están bajo peligro. «La gente tiene que entender que las plantas son organismos complejos que viven vidas ricas y sensuales», afirma.
El enraizamiento, que las mantiene inmóviles, es una enorme limitación de evolución y, como todas esas limitaciones, es responsable de un gran número de adaptaciones. Chamovitz explica: «Mientras que la mayoría de los animales puede elegir a sus entornos, buscar refugio en una tormenta, conseguir comida y un compañero, o migrar con los cambios de estación, las plantas deben ser capaces de soportar y adaptarse a los constantes cambios del tiempo, invadiendo los vecinos, y la invasión de plagas, sin ser capaces de moverse a un medio ambiente mejor. Debido a esto, las plantas han desarrollado sistemas sensoriales y regulatorios complejos que les permiten modular su crecimiento en respuesta a las condiciones cambiantes».
El biólogo ejemplifica: «Un olmo tiene que saber si su vecino está haciéndole sombra para que pueda encontrar su propio camino y crecer hacia la luz que está disponible. Una cabeza de lechuga tiene que saber si hay pulgones voraces a punto de comer de modo que puede protegerse a sí mismo al hacer los productos químicos venenosos para matar a las plagas. Un abeto tiene que saber si los vientos que azotan sacuden sus ramas para que pueda crecer un tronco más fuerte. Los cerezos tienen que saber cuándo florecer«.
A pesar de que las plantas no tienen un sistema nervioso central, donde este «conocimiento» reside y se promulga, sus vasos sofisticados conectan sus distintas partes. Chamovitz señala que las plantas son, en varios sentidos, mucho menos genéticamente diferentes de nosotros de lo que tendemos a pensar. Pero sus argumentos están asentados en la investigación, y distan de querer significar que las plantas son tal como las personas. Lo que emerge de «Lo que una planta sabe», sin embargo, es una fascinante mirada al interior de cómo es la vida de una planta, y una nueva reflexión sobre nuestro propio lugar en la naturaleza.
Aún con toda esta nueva complejidad que aporta el biólogo al mundo vegetal, al ser consultado por Scientific American directamente sobre si las plantas efectivamente pensaban, su respuesta fue: «No, no diría eso, pero quizás eso sea un límite personal de mi conocimiento». Para Chamovitz, el pensamiento y el procesamiento de la información son dos construcciones diferentes. «Tengo que tener cuidado aquí, ya que esto realmente raya en lo filosófico».