Increíble lección de desapego: crean una obra maestra con millones de granos de arena y luego la destruyen
Podría decirse que la religión budista y toda su sabiduría descansan sobre una creencia clave: que el apego a lo material sólo trae sufrimiento. Por eso, los practicantes del budismo encuentran maneras, a veces insólitas, de practicar el desapego: por ejemplo, componiendo durante horas una increíble obra de arte para luego destruirla.
Para promover la curación y la paz mundial, un grupo de monjes budistas tibetanos, del Monasterio Drepung Loseling en India, viajan por el mundo creando increíbles mandalas usando millones de granos de arena. Durante días o incluso semanas, los monjes pasan hasta ocho horas al día trabajando en una pintura de arena de mandala, vertiendo granos de arena multicolores en una plataforma compartida hasta que se convierte en una obra de arte espectacular.
Cada obra comienza como un dibujo, el contorno del mandala. Luego, se vierte arena coloreada a partir de embudos de metal tradicionales llamados chak-seek. Cada monje sostiene un chak-pur en una mano, mientras pasa una varilla de metal sobre su superficie rallada; la vibración hace que la arena fluya como un líquido. Es casi como si estuvieran realmente pintando.
Después, en un acto de ofrenda repleto de humildad, los monjes destruyen con leves movimientos la figura cósmica, ofreciendo un poco de arena a los espectadores y arrojando otra parte en algún entorno natural cercano. Esto hace también del mandala un contenedor, no sólo del cosmos, sino de bendiciones, poder colectivo y bienestar.
La historia de los mandalas
Los mandalas de arena son una antigua tradición practicada por los monjes budistas del Tibet. Consiste en armar, durante el transcurso de 30 días, un mandala con granos de piedras de colores o de arena coloreados. Una vez terminado es santificado y destruido. La arena es recogida y luego tirada al río.
El Mandala es originario de la India cuyo significado en sánscrito es «círculo«. Es un diagrama o una representación esquemática y simbólica del macrocosmos y el microcosmos, que se utiliza en el budismo y el hinduismo. Estructuralmente, el espacio sagrado (el centro del universo y soporte de concentración), es generalmente representado como un círculo ubicado dentro de una forma cuadrangular. En la práctica, los yantra hindúes son lineales, mientras que los mándalas budistas son bastante figurativos.
En su simbología mas profunda, los mandalas son representaciones mágicas, instrumentos de pensamiento y meditación que se han usado desde hace muchos años. Este arte milenario permite llegar a la meditación y a la concentración a través de un simple dibujo, para exprimir nuestra propia naturaleza y creatividad.
El interés occidental por el mandala se debe en gran medida a la obra del psiquiatra Carl C. Jung. Jung estudió los mandalas orientales, y descubrió que las propiedades integradoras de los mismos eran beneficiosas en la psicoterapia; dibujando mandalas, sus pacientes podían comenzar a poner orden en su caos interior.
Muchas personas utilizan los mandalas por sus virtudes terapéuticas, que permiten recobrar el equilibrio, el conocimiento de uno mismo, el sosiego y la calma interna necesarios para vivir en armonía. Hoy en día se pueden encontrar libros de mandalas en cualquier librería o kiosko de revistas. Y muchos de nosotros incluso buscamos mandalas en internet para colorear más adelante.
Como hemos explicado, hay toda una intensa filosofía de trasfondo en la creación de un mandala. Pero también hay algo muy básico y simple: pintar mandalas tranquiliza la mente. Nos ayuda a enfocar nuestra energía en el disfrute del momento, y nos empuja a olvidarnos del tiempo, aunque sea por un rato. Y es tan placentero y efectivo que incluso se editan libros de mandalas para chicos de todas las edades, desde figuras grandes y concretas para infantes hasta más detalladas para los jóvenes.
La destrucción del mandala de arena también tiene un motivo muy interesante y digno de llevar a la reflexión: según los monjes budistas tibetanos, esto les ayuda a practicar el desapego y a “no codiciar el resultado de sus actos”. Es importante no generar apego en cada cosa que realizamos en la vida, pues no nos pertenece; debemos comprender que todo es parte de todo, la arena vuelve al río, donde vuelve a fluir, así como la energía que está presente en cada creación.
Te invitamos a disfrutar la belleza de esta costumbre a través de estas imágenes: