Un 9 de noviembre de 2004 moría Stieg Larsson, el padre de Lisbeth Salander
Fue un 9 de noviembre de 2004 cuando los lectores recibimos la noticia de que Stieg Larsson (Suecia, 1954-2004) falleció trágicamente de un ataque al corazón días después de entregar a su editor el tercer volumen de la serie Millennium y poco antes de ver publicado el primero.
Periodista y reportero de guerra muy conocido como experto en los grupos de la extrema derecha antidemocrática, participó a mediados de los ochenta en la creación del proyecto antiviolencia Stop the Racism, al que siguió en 1995 el de la Expo Foundation, de cuya revista Expo fue director.
Luchador comprometido contra todo tipo de violencia, escribió varios libros de investigación periodística acerca de los grupos nazis de su país y de las oscuras conexiones entre la extrema derecha y el poder político y financiero.
Publicada en más 50 países y con más de 105 millones de lectores en todo el mundo, la serie Millennium, iniciada por Larsson en 2005 con «Los hombres que no amaban a las mujeres», «La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina», fue finalmente llevada al cine a partir de 2009. El efecto Larsson arrasó también en las pantallas, con el estreno y el rotundo éxito de la versión fílmica de sus novelas.
Nacido en Skelleftea, en la provincia administrativa de Västerbotten, el pequeño Stieg era hijo de padres adolescentes con escasos recursos, que lo llevaron por ello a vivir con sus abuelos, en el pequeño municipio de Norsjb. Su abuelo, un comunista antifascista profundamente implicado en la lucha por los derechos de los trabajadores que había sido recluido en un campo de trabajo, sería una influencia determinante para él. Cuentan quienes conocían a Larsson que cuando en 1962, a raíz a la muerte del anciano, se vio obligado a regresar con sus padres (que a la sazón ya tenían otro hijo), no logró adaptarse; no quería vivir con ellos, ya no eran sus interlocutores en el mundo. Se fue de casa a los dieciséis años.
Corrían los primeros años de la década de 1970 cuando se implicó en política e inició su militancia en la Kommunistiska Arbetareförbundet (Liga Comunista de Trabajadores). Fue en esa época cuando, tras los dos años de servicio militar obligatorio, viajó con frecuencia a África y, como corresponsal de guerra, fue testigo de primera mano de la guerra civil en Eritrea. También por entonces, en una manifestación contra la guerra de Vietnam, conoció a la que sería su compañera para el resto de sus días, Eva Gabrielsson.
Aunque no llegó a cursar la carrera de periodismo, entre 1977 y 1999 Larsson trabajó como periodista y diseñador gráfico para la agencia de noticias Tidningarnas Telegrambyra (TT). Paralelamente, su compromiso en la lucha contra los movimientos de ultraderecha y el racismo lo llevó a fundar el proyecto antiviolencia Stop the Racism a mediados de la década de 1980, y a promover años después, en 1995, la Fundación Expo, de cuya revista, Expo, sería director. A la par publicó varios libros de investigación periodística sobre los grupos nazis en Suecia y las oscuras conexiones entre la extrema derecha y la política y las finanzas, llegando a ser tan experto en la materia que fue requerido por Scotland Yard y por la OSCE.
Expo, revista de investigación dedicada a vigilar el auge del racismo en Suecia, se convirtió en un referente en Escandinavia, equiparable a la británica Searchlight. Se trata de publicaciones incómodas para determinados grupúsculos, por lo que sus autores se ven obligados a mantener el anonimato ante posibles represalias. Larsson recibía tantas amenazas que hubo de optar por la clandestinidad: no constaba en los registros oficiales ni en las guías telefónicas; ni siquiera pudo casarse con su compañera por temor a que algún papel pudiera delatar su paradero.
En medio de esta vida semiclandestina y de persecuciones, Larsson se refugió en su gran pasión: los libros. Gran lector, aficionado a la ciencia ficción (era presidente de la sociedad que reúne a los amantes del género en Escandinavia y dirigió un par de fanzines especializados) y entusiasta del género negro que forjaran Dashiell Hammett y Raymond Chandler, empezó a escribir por las noches, para divertirse.
Así se forjaría una de las sagas más célebres de las últimas décadas, la trilogía Millennium. A diario, después del trabajo, y hasta las 3 o las 4 de la madrugada, ingiriendo cantidades exorbitantes de café y fumando cigarrillos compulsivamente, Larsson crearía una de las parejas más memorables que haya dado la literatura criminal: Lisbeth Salander, la hacker compleja y rebelde, socialmente inadaptada, tatuada y llena de piercings, y su contrapunto, Mikael Blomkvist, un periodista de investigación que es claramente un álter ego del propio Larsson.
De este modo escribió, en tres años, las más de 2.200 páginas de la saga. Sin embargo, el autor nunca vería sus libros publicados: el 9 de noviembre de 2004, días después de haber entregado a su editor el tercer volumen de la serie, y poco antes de la publicación del primero, Stieg Larsson murió víctima de un infarto, sin poder ser testigo de un éxito que acabaría por equipararle a Dan Brown, Stephenie Meyer, Carlos Ruiz Zafón, Roberto Saviano o cualquier otro reconocido autor de best sellers. Su compañera durante más de treinta años tampoco lo podría disfrutar en su justa medida, ya que, al no estar casados, la legislación sueca no le permitía heredar; los derechos de autor pasaron por ley al padre y al hermano de Larsson, a quienes el periodista no había visto desde hacía muchos años.
La primera entrega de Millennium, titulada Män som hatar kvinnor (literalmente, Hombres que odian a las mujeres, 2005) se publicó en Suecia a los pocos meses del fallecimiento del autor y supuso un verdadero fenómeno editorial que pronto se extendió a otros países, como Reino Unido y Francia. En español apareció en 2008 con el título Los hombres que no amaban a las mujeres. El éxito fue también inmediato y desencadenó tal larssonmanía que ese mismo año llegó a las librerías el segundo volumen, La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina (Flickan som lekte med elden; literalmente, La niña que jugaba con fuego, 2006). No se quedó a la zaga el tercer volumen, Luftslottet som sprängdes (El castillo en el aire que voló en pedazos, 2007), publicado en español en 2009 como La reina en el palacio de las corrientes de aire, del que en un solo día se vendieron más de 200.000 ejemplares.
La adicción que generaban las peripecias de Lisbeth Salander y Mikael Blomkvist parecía no tener fin. A mediados de 2009, los tres libros habían sido traducidos a más de cuarenta idiomas y habían rebasado la cifra de diez millones de ejemplares vendidos. Sólo en Suecia se habían vendido tres millones de volúmenes, es decir, un libro por cada tres habitantes. En España, la trilogía superó con creces el millón de ventas, y en octubre de 2009 el primer volumen publicado llevaba 65 semanas ininterrumpidas en la lista de los diez libros más vendidos.
Si el éxito del papel fue contundente, no lo fue menos el de la adaptación cinematográfica de las tres novelas de la saga. Dirigidas por Niels Arden Oplev y protagonizadas por los actores suecos Michael Nyqvist y Noomi Rapace, fueron rodadas en 2009 y batieron récords de taquilla en toda Europa. El éxito de estas producciones europeas llamó de inmediato la atención de Hollywood, que produjo ya en 2011 la «versión americana» de la primera entrega de la saga. Titulada The Girl with the Dragon Tattoo, fue dirigida por David Fincher y contó en su reparto con el estelar Daniel Craig, protagonista de los últimos Bond, y con Rooney Mara para el papel de Lisbeth. La segunda y la tercera parte llegaron a las salas de proyección en el transcurso de 2012 y 2013.