«Þetta reddast»: la sorprendente filosofía de vida que hace que en Islandia crean que «todo acabará bien»
¡þetta reddast!, exclaman los islandeses cuando surge algún problema. Significa “al final todo se solucionará”.
Si Islandia tuviera un eslogan oficial, esta frase resumiría de forma casi perfecta la manera en que los islandeses se toman la vida: con una actitud relajada, tranquila y un gran sentido del humor.
Y no es para menos. La antigua Islandia era un lugar muy difícil de habitar… y eso no fue hace tanto tiempo. «No hace mucho éramos una sociedad de granjeros y pescadores y las estaciones y duras condiciones en las que vivíamos controlaban por completo nuestras vidas», explica Auður Ösp, fundadora de la agencia turística I Heart Reykjavik.
Alda Sigmundsdóttir, autora de varios libros sobre la historia y la cultura de Islandia, en su obra «El pequeño libro de los islandeses en los viejos tiempos», refiere algunas de estas penurias: los inviernos largos, la pobreza extrema, la esclavitud. Hubo erupciones volcánicas, como la del Laki en 1783, que mató a 20% de la población de 50.000 de aquel entonces. También acabó con 80% de sus ovejas, una fuente de alimentación vital en un país que apenas tenía agricultura.
Había tormentas que azotaban la nación y hundían los barcos a remo con los que pescaban, reduciendo también gran parte de la población masculina en pueblos enteros. Hasta el siglo XVIII, 30% de los bebés morían antes de cumplir un año, según esta escritora.
Filosofía de vida
Sigmundsdóttir afirma que ¡þetta reddast! «es solo una de esas frases ubicuas que te rodean todo el tiempo, una filosofía de vida que flota en el aire».
El país se asienta sobre la grieta que se abre entre las placas tectónicas de Norte América y Eurasia, que se están separando lentamente. Algo que provoca que el territorio islandés se ensanche unos tres centímetros al año, desatando un promedio de 500 terremotos pequeños cada semana.
Su clima es tan volátil como formidable. Hay vendavales que pueden llegar a la categoría de huracán, tormentas fuertes que se dan incluso en verano y, en los días más oscuros de invierno, el sol brilla solo cuatro horas.
Los islandeses proceden, en su mayoría, de granjeros y campesinos noruegos que huían de la esclavitud y la mano asesina del rey Harald Finehair en el siglo IX.
Temían tanto su furia que arriesgaron sus vidas en un viaje de 1.500 kilómetros sin mapas, herramientas de navegación ni muchas esperanzas.
«No podríamos vivir en este entorno sin cierto nivel de convicción de que las cosas se solucionarán de alguna forma, por más difícil que parezcan en ese momento», afirma Ösp. «Þedda redast representa un cierto nivel de optimismo«.
«No es que seamos impulsivos o tontos. Es solo que creemos en nuestras habilidades para solucionar las cosas».
Como explica Ösp, debido a las condiciones en las que viven, los islandeses han tenido muchas veces que hacer posible lo imposible.
Le dieron la vuelta al increíble colapso económico que sufrieron en 2008 y la crisis que desató un volcán de nombre impronunciable en 2010 y las convirtieron en oportunidades de darse a conocer ante el mundo, que convirtió a su Estado en un destino turístico. Una industria que ahora se erige como uno de los motores de su ahora robusta economía.
En 2016, Islandia volvió a sorprender al mundo al convertirse en el país más pequeño que clasificaba a la Eurocopa, donde llegó hasta los cuartos de final.
Una encuesta de la Universidad de Islandia de 2017 muestra que casi la mitad de los islandeses considera a ‘þetta reddast’ su filosofía de vida.
Como Sigmundsdóttir y Ösp sugieren, tal vez sea algo que se ha fundido durante siglos con la cultura de este país. Después de todo, para aquellos que sobrevivieron a esas penurias las cosas sí se solucionaron al final.