Un día como hoy: Así arrasaba el Vesubio con Pompeya

El primer núcleo estable de la ciudad de Pompeya se remonta aproximadamente al siglo VII o VI a.C., cuando los oscos, un pueblo de la Italia prerromana, se instaló en el lugar, al pie del Vesubio al poco tiempo de su última erupción. Sus descendientes ignoraron durante siglos que aquel monte era en realidad un volcán cuyo cono estuvo taponado hasta que una fatídica mañana del 24 de agosto del año 79 d.C. miles de toneladas de gases y material piroclástico acumuladas durante 700 años lo hicieran saltar por los aires de forma violenta y enterraran Pompeya y a sus habitantes durante 1.700 años.

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Catástrofes premonitorias

Cuatro mil años antes, el gigante de la bahía de Nápoles ya había desatado toda su furia contra una pequeña aldea de la Edad del Bronce que enterró bajo un manto de ceniza en una erupción muy similar a la que se vivió en el año 79, aunque este cataclismo no dejó ningún recuerdo. En el 59 d.C., un altercado entre los habitantes de Pompeya y los de Nuceria con motivo de un espectáculo de gladiadores causó muertos y heridos y el incidente llegó a oídos del emperador Nerón, quien clausuró el anfiteatro pompeyano durante diez años. Pero lo peor estaba por llegar…

En febrero del 62 d.C., tres años después de la reyerta, se produjo un terremoto que ocasionó numerosos daños en Pompeya y en otras ciudades cercanas. Esos temblores se fueron repitiendo, aunque con mucha menos intensidad y los habitantes de la zona llegaron a acostumbrarse a ellos.

La ciudad fue reconstruida y todavía se estaba restaurando cuando, el 24 de agosto del 79 d.C. –o el 24 de octubre según creen hoy en día la mayoría de expertos– , fue sorprendida por la catastrófica erupción del Vesubio, que causó la muerte de miles de personas y que supuso el fin de Pompeya, sepultada bajo las cenizas y piedras expulsadas por el volcán.

Después de dos jornadas de oscuridad y cataclismo volvió a salir el sol y del Vesubio solamente emanaba una columna de humo, pero Pompeya estaba completamente ennegrecida y destruida. El sitio se perdió de la memoria durante más de 1.500 años, hasta que empezaron las primeras excavaciones arqueológicas en 1748 por el ingeniero español Roque Joaquín de Alcubierre, nacido en Zaragoza.

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