Shakespeare & Company, qué libros leían nuestros escritores admirados

Qué libros leían Gertrude Stein o Simone de Beauvoir en su tiempo libre? ¿Tenían Ernest Hemingway y Francis Scott Fitzgerald algún autor fetiche? ¿Cómo afrontó James Joyce el primer año de su grandioso Ulises?

El elemento común a todas estas preguntas literarias lo encontramos en París, concretamente en una librería que, durante y después de los años de entreguerras, se erigió como un refugio para algunos de los mayores intelectuales del mundo. Shakespeare & Company fue el faro de Alejandría de la llamada Lost Generation.

12 de la rue de l’Odéon

Tras el final de la Gran Guerra la ciudad de París se convirtió en la cuna de la humanidad y la cultura. Filósofos, pensadores, pintores, cantantes, actores, escritores y cualquiera que por aquel entonces quisiera vivir por y para la inspiración, dando rienda suelta a sus inquietudes y vivencias, acababa pasando por allí. En medio de aquella vorágine de cafés y teatros, una librería en la rue de l’Odéon número 12, no muy lejos de la plaza Saint Michel y la isla de la Cité, se encontró frecuentada por gentes que bien ya se habían hecho un nombre o estaban a punto de hacérselo.

Sylvia Beach en la Shakespeare & Company original (1935). Imagen: Getty Images.
Shakespeare & CompanySylvia Beach en la Shakespeare & Company original (1935). Imagen: Getty Images.

Sylvia Beach y Adrienne Monnier fundaron la Shakespeare & Company en 1919. Como ya se ha dicho, París estaba en plena efervescencia cultural y las salas en las que se celebraban tertulias y presentaciones literarias florecían como hongos después de un día de lluvia. Lo que marcaba la diferencia entre el resto de locales y el de Beach y Monnier era que la Shakespeare & Company tenía un amplísimo catálogo de novelas y tomos en inglés (algo extraño y muy caro en la época) y contaba con un sistema propio que conquistó a personas como James Joyce, Ezra Pound o D. H. Lawrence. La librería de Sylvia Beach ofrecía un sistema de préstamos por el que, pagando un depósito y una cantidad mensual, podías disfrutar de todo su catálogo, fuese novedad o clásico.

La Shakespeare & Company se convirtió en un lugar seguro para esos escritorzuelos que estaban empezando a vender sus cuentos o primeras novelas y hacían malabares para pagar las deudas contraídas, un refugio al más puro estilo de lo que pudo ser el Café Gijón de Madrid y un pedestal para las presentaciones y charlas literarias de la época. La primera edición del Ulises de James Joyce fue publicada por la editorial Shakespeare & Company y fue un éxito instantáneo en todas las librerías de París. En su relato de los años que pasó en la capital francesa, París era una fiestaErnest Hemingway dedica un capítulo a este lugar y es mencionado de forma recurrente a lo largo del texto.

Muerte y resurrección

Pasaron los años. Algunos de los clientes más destacados murieron y otros siguieron camino hacia nuevos horizontes. Sylvia se mantuvo al frente de la Shakespeare and Company de París hasta 1941. Ese año, un oficial nazi intentó comprar el último ejemplar que Sylvia tenía de Finnegan’s Wake (James Joyce) pero esta se negó alegando que pertenecía a su colección privada y que no estaba a la venta. A las pocas semanas, ese mismo oficial volvió con un grupo de soldados para comunicarle que su librería iba a ser clausurada y sus bienes requisados. Sylvia Beach salvó lo que pudo y pasó los años que duró la guerra sobreviviendo y ayudando a personas como el escritor judío Arthur Koestler.

Tendríamos que esperar hasta 1946 para que se obrara el milagro. Ese año, el periodista y soldado estadounidense George Whitman se instaló en París. En 1951 abrió una libreríallamada Le Mistral en el 37 de la rue de la Bûcherie que, al igual que pasó antes con la Shakespeare & Company, se especializaría en libros en inglés y crearía un ambiente cercano y proclive para la cultura que atraería a una nueva generación de autores (Jack Kerouac y William Burroughs entre otros). En 1958, durante una lectura pública del escritor Lawerence Durrell, Whitman y Sylvia Beach se conocieron y viendo que la librería de Whitman había tomado el relevo de la Shakespeare and Company, Beach lo nombró su “heredero”. Tras la muerte de Sylvia en 1962, Le Mistral se convirtió en la Shakespeare & Company. Actualmente es uno de los rincones más curiosos y fotografiados de París, ocupa seis plantas del edificio, cuenta con cafetería propia y da alojamiento a viajeros a cambio de trabajar en ella.

Tarjeta con los libros que Simone de Beauvoir tomó prestados de la Shakespeare & Company. Imagen: Shakespeare & Company Project.
Shakespeare & Company ProjectTarjeta con los libros que Simone de Beauvoir tomó prestados de la Shakespeare & Company. Imagen: Shakespeare & Company Project.

Por cosas del destino, Sylvia Beach decidió no destruir los registros de su librería pasado el tiempo establecido y estos documentos acabaron en manos de Whitman, que los donó a Princeton en 1964. Medio siglo después de esa donación, el profesor asociado de la universidad Joshua Kotin puso en marcha el Shakespeare & Company Project, un estudio por el cual se han digitalizado y analizado todos esos documentos que Sylvia Beach recopiló durante más de dos décadas.

En la página web del proyecto se pueden encontrar listados tanto de los miembros y de los libros como información que correlaciona ambas partes. Así, por ejemplo, es posible saber en qué tramos de tiempo fue miembro Ernest Hemingway, qué libros tomó prestados Gertrude Stein y qué títulos en común habían leído Burroughs y D. H. Lawrence. Con solo echar un vistazo uno puede descubrir que Ulises de Joyce fue el quinto libro más prestado de esos años y que, a pesar de haber sido miembro en 1929, F. Scott Fitzgerald nunca tomó ningún libro. El Shakespeare & Company Project aporta una nueva dimensión a las biografías y ensayos ya existentes sobre estas grandes figuras de la cultura del siglo XX y nos permite conocerlos desde perspectivas diferentes y casi pudiendo revivir la atmósfera única que debió vivirse en aquellos años mágicos en los que París sí que era una fiesta.

Deja un comentario