Las mejores curiosidades sobre las Olimpíadas
El desarrollo de los Juegos Olímpicos está cuajado de símbolos, algunos más visibles que otros. Su bandera, la antorcha, el encendido del pebetero o frases que han hecho historia nos evocan momentos únicos cargados de emotividad y consiguen que la competición perviva en la memoria colectiva.
“Los símbolos no son esenciales, son fundamentales. El olimpismo es como una religión; una religión laica que tiene como destinatario el ser humano”, dice Conrado Durántez, Presidente y fundador de la Academia Olímpica Española y miembro del Comité Ejecutivo de la Asociación Internacional de Historiadores Olímpicos.
Desde que el barón de Coubertain decidiera institucionalizar los Juegos Olímpicos a finales del siglo XIX los símbolos más emblemáticos no han sufrido transformación, aunque sí ligeras variaciones para adecuarlos a los tiempos.
“La bandera olímpica se creó en 1913 y fue una idea de Coubertain. Los cinco aros olímpicos simbolizan los cinco continentes unidos por el deporte”, afirma el experto.
Los colores, según Durántez, tampoco son producto del azar. Incluido el blanco del fondo, al menos alguno de ellos forma parte de todas las banderas del mundo, sin excepción. “Quiso hacer una bandera para toda la humanidad, sin discriminación; uno de los fundamentos del olimpismo”, asegura.
Cuando se acaban unos Juegos, se organiza un acto de entrega de traspaso de bandera al próximo organizador, “la idea es que no se rompa la cadena. Es la representación de que quien ha celebrado la gran fiesta de la humanidad se la entrega al próximo, que será testigo de una nueva unión de la todos los países”.
El fuego olímpico es el símbolo de la paz. “En la antigüedad, se establecía una tregua sagrada, la ‘ekejeiría”. Antes de que dieran comienzo los Juegos salían emisarios desde Olimpia para anunciarlos, pues durante su celebración quedaban suspendidas las guerras”, comenta Durántez.
El momento culminante del fuego y del inicio de los Juegos es prender el pebetero. Un acto que, con el tiempo, se ha ido llenando de mayor simbología, especialmente dignificando a la persona a quien se asigna esa misión y la manera de encenderlo.
Según cuenta Conrado Durántez, en la Grecia Clásica no había medallas sino una corona de olivo salvaje que debía de tener fruto para mayor espiritualidad y “se cortaba con un cuchillo de oro, porque era el más preciado de los metales. Es en San Louis, en 1904, donde se establecen las condecoraciones actuales: oro, plata y bronce, y tiene que ver con el valor de los metales”.
“Citius, altius, fortius”, “más rápidos, más altos, más fuertes”, es el verdadero lema Olímpico y pertenece al dominico Henri Didon, otro de los pioneros de los Juegos Olímpicos modernos. Es una frase de 1894 y “se trata de una verdadera declaración moral” que hace referencia las incapacidades y desventajas con las que se enfrentan algunos atletas.
La imagen de una o más mascotas acompaña a los Juegos Olímpicos. Un símbolo reciente, pues fue, a partir de los juegos de Munich ’72, cuando se comenzó a institucionalizar esta costumbre, que ahora se ha convertido en un elemento de recaudación y marketing.