El libro de la semana: Tiempo muerto
Tiempo muerto, el recomendado de esta semana, es básicamente un retrato de la silenciosa y violenta tragedia personal que experimenta una pareja cuyo matrimonio ha llegado al fin del enamoramiento. Esta es la historia descarnada de ese tiempo muerto, de ese amplio y doloroso espacio que se abre, muchas veces de manera inexplicable, entre dos seres que se aman.
“Lo raro no son las infidelidades (…) Lo verdaderamente raro es mirar al otro y preguntarse quién es, qué hace ahí, en qué momento le cambiaron tanto los rasgos de la cara. El desconocimiento es el saldo del tiempo acumulado, nadie puede decir con exactitud cuándo se planta la semilla. Empieza como un síntoma de desinterés, algo minúsculo que después se naturaliza y ambos dejan de preguntarse cómo es que siguen ahí, adobando la abulia frente al otro, asintiendo a lo que dice como un trámite: excediendo el período en el que aquello que decía parecía interesante. O digno de ser escuchado”.
Este párrafo demoledor describe a la perfección el hilo de «Tiempo muerto», la historia de Lucía y Pablo, una pareja de esposos que a lo largo de los años han ido distanciándose y, de repente, lo único que surge entre ellos es la tensión de saberse juntos e imposibilitados ante lo evidente: su matrimonio ha llegado al ocaso. Tomás y Rosa son sus hijos, unos niños pequeños que son cuidados por Cindy, quien está encargada del servicio de la casa y demás asuntos materno-caseros, por ello los niños pasan más tiempo con ella y da la impresión de que disfrutan en un grado mayor el hecho de estar en su compañía que en la de su madre.
Los niños son apáticos, ni de este o aquel lado, ni grandes ni pequeños, perdidos en el mismo limbo que entre sus padres se ha creado.
Los personajes de Margarita García Robayo siempre van en busca de algo, tanteando, esperando, reflexionando acerca de la posibilidad de vivir y nada más, saberse presentes en un mundo repleto de ausentes. A lo largo de su obra, esta escritora se ha planteado tratar lo referente a la diáspora latinoamericana, la disolución de las identidades nacionales, los clanes familiares, los conflictos raciales y de clase.
Aquí, la historia del amor destruido entre Lucía y Pablo es un retrato fino de ese tiempo vacío que se da entre dos personas que se aman, pero que se desconocen por completo; de ese viento tenue que sopla en los rostros y mueve los cabellos, que no acaricia sino que abofetea de a poquitos; el retrato de algo que fue y que ha decidido dejar de ser, una vida que se pensaba en plural y se ha dado cuenta de que no puede ser, de que no se pueden fijar momentos, no se pueden guardar recuerdos frescos para siempre, pues somos todos víctimas inconclusas de ese tiempo muerto que va pasando y arrasando en cada gesto.