Las rutinas de trabajo de tus escritores preferidos
¿Alguna vez te preguntaste cómo son realmente las rutinas de las personas más creativas del mundo? ¿Se trata de beber hasta altas horas de la noche, dormir hasta las 11 de la mañana y almuerzos largos y lánguidos? ¿O es una estricta hora de inicio a las 6 de la mañana con descansos solo para un almuerzo ligero y una caminata rápida?
Pues bien, tenemos la respuesta: una nueva infografía muestra cómo los creativos más famosos, como artistas, compositores, filósofos y escritores, estructuran un día normal.
Ideado por el sitio web Podio , el gráfico toma su información del libro de Mason Curry Daily Ritual’s: How Artists Work , y está dividido en seis áreas distintas: sueño, trabajo diario, alimentación/ocio, ejercicio, otros y, por supuesto, trabajo creativo.
El artista Pablo Picasso se despertaba por la mañana alrededor de las 11:00. Luego almorzaba con amigos hasta las 15:00, momento en el que comenzaba a pintar. Lo hacía hasta las 22:00, luego cenaba durante una hora más o menos y finalmente volvía a pintar hasta las 2:30 de la madrugada.
Por otra parte, la autora y poeta estadounidense Maya Angelou se levantaba mucho más temprano y cada mañana a las 5.30. Se vestía antes de tomar un café con su marido a las 6. Luego se dirigía a su habitación de hotel, que alquilaba como oficina, donde escribía desde las 7 hasta las 15. Después se duchaba y cenaba con su marido y también le leía su obra. Luego se iba a la cama alrededor de las 22.

También aparece otra escritora célebre, Mary Flannery O’Connor, cuyo día difiere enormemente del de Maya. Su día empezaba a las 6 de la mañana, cuando rezaba y tomaba café durante un par de horas. Después, solo dedicaba unas horas al día a escribir antes de dedicarse a otras actividades, como pintar y cuidar pájaros, hasta que se iba a dormir a las 9 de la noche.
A diferencia de muchos otros de la lista, el autor Charles Dickens era un aficionado a hacer ejercicio con regularidad. Solía levantarse a las 7 de la mañana, despertarse, desayunar y luego trabajar en absoluto silencio hasta las 2 de la tarde. A esa hora, el escritor de Grandes esperanzas salía a dar largos paseos por Londres. Alrededor de las 5 de la tarde volvía a casa y pasaba tiempo con su familia hasta que se iba a dormir a medianoche.
No todos eran tan afortunados como Dickens. Voltaire se echaba a medianoche y se despertaba a las cuatro de la mañana. Se pasaba dictando ideas a su secretario desde la cama hasta mediodía, para trabajar algo más por la tarde y pasar el resto del tiempo con su familia antes de irse a dormir.
Honoré de Balzac (1799 – 1850) tomaba unas 50 tazas de café diarias. Según el libro Rituales cotidianos: Cómo trabajan los artistas, el francés llegó a comer directamente los granos de café. Si esto parece una exageración, esperen: Voltaire llegaba a ingerir 70 tazas diarias.
Para la escritora estadounidense Gertrude Stein (1874 –1946) era muy importante tener ante sus ojos un determinado paisaje y una curiosa compañía para escribir. Stein, considerada una pionera de la literatura modernista, se sentaba con su cuaderno y su lápiz junto a una vaca. Si la vaca no era suficientemente inspiradora, se acercaba hasta otro campo en busca del bovino adecuado.
Marcel Proust (1871-1922) se encerraba, huyendo del ruido, en su habitación parisina. Su aislamiento le fue llevando poco a poco a un estilo de vida muy discreto, que incluía una escueta dieta: café con leche y croissants. Su ama de llaves se lo preparaba cada día.
Truman Capote (1924 -1984) trabajaba echado en su cama o tumbado en un sofá, unas posturas nada aconsejables para la espalda y menos si tenemos en cuenta que las máquinas de escribir de entonces no eran demasiado manejeras. Dicen que así nacieron obras tan importantes como Desayuno en Tiffany’s y A sangre fría.
El escritor canadiense Saul Bellow (1915 – 2005) decía que cuando perdía la concentración, le bastaba con hacer el pino. Bellow, Premio Nobel de Literatura en 1976, es autor de Herzog (1964), considerada por Time una de las 100 mejores novelas en inglés de la historia.
Parece que la ropa coarta la inspiración. Es al menos lo que pensaba un buen grupo de autores que, ante la falta de ideas, se quedaban desnudos para remediarlo. El caso más famoso es el de Victor Hugo (1802 – 1885), para el que era un recurso ante el bloqueo. Pensaba que así no se distraería.
Agatha Christie (1890 – 1976), una de las escritoras más exitosas de todos los tiempos, mandó instalar una gran bañera en su alcoba. En una repisa, dejaba lápices, cuadernos de notas y fruta. Plácidamente en remojo y entre mordisco y mordisco a una manzana, escribió novelas de suspense tan famosas como Diez negritos o Asesinato en el Orient Express.
Virginia Woolf es una de las escritoras que más tiempo le dedicó a reflexionar sobre el hábito de la escritura. Su ensayo Un cuarto propio, quizás su texto más conocido, trata justamente sobre eso: para escribir, dice Woolf, hace falta una habitación donde poder refugiarse.
En sus diarios y cartas, además, describe una rutina bastante estructurada, que cambió poco a lo largo de los años. Se levantaba apenas después de las ocho, desayunaba con su marido —Leonard Woolf, también escritor— y trabajaba en sus textos de ficción entre las 9:30 y las 13, la hora del almuerzo. Después de eso, se dedicaba a su trabajo como periodista o a su correspondencia. Por las noches, leía o recibía invitados.
Ernest Hemingway es famoso por sus consejos para escribir, como por ejemplo empezar con una oración corta, o abandonar el texto cuando se sabe cómo va a continuar. Pero también era conocido por sus rígidos hábitos de escritura. En una entrevista con George Plimpton, contó que se despertaba cada mañana al amanecer, cuando el día estaba fresco y no había nadie para molestarlo. Entonces, escribía unas seis horas, a veces menos, hasta el mediodía. Lo difícil, decía, era esperar a la mañana siguiente.
César Aira lleva publicadas alrededor de cien novelas. Trabaja al ritmo frenético de dos o tres libros por año; ayuda, por supuesto, que el autor argentino sea famoso por nunca corregir sus textos. En una época era común verlo escribiendo a mano en el Pumper Nic de Flores, en Buenos Aires, pero desde su cierre trabaja en los alrededores de la estación de tren. Todos los días se levanta, sale a caminar y escribe poco más de media hora. Como sus tramas están bastante delimitadas desde un principio, no necesita más que eso: un par de páginas por día, que nunca serán revisadas por su autor.
Franz Kafka fue de los pocos autores en esta lista que nunca vivió de su literatura. Eso significa que, durante la mayor parte de su vida, tuvo que sostener algún trabajo de oficina; y su rutina, por supuesto, fue variando de acuerdo a eso. En la biografía de Louis Begley, destaca la que sostenía mientras estaba empleado en un instituto de seguros, donde tenía un turno de 8:30 a 14:30. Después del trabajo, Kafka almorzaba y tomaba una siesta de casi cuatro horas; al despertar, hacía algunos ejercicios antes de la cena familiar. Su escritura empezaba a las once de la noche: primero una hora de correspondencia y trabajo en el diario (por lo menos), y después su ficción, que podía mantenerlo despierto hasta las tres de la mañana.
Haruki Murakami no solo es de los autores más famosos del mundo: también es un fanático del ejercicio. Incluso llegó a correr una ultramaratón de ¡cien kilómetros! En una entrevista con John Wry, comentó que su entrenamiento y su escritura forman parte de la misma rutina. Murakami se levanta a las cuatro de la mañana y trabaja durante cinco o seis horas. A la tarde, corre diez kilómetros o nada mil quinientos metros (a veces ambas); después lee un poco o escucha música. Se duerme temprano, a las nueve de la noche.
En una de las entrevistas que componen el libro Ursula K. Le Guin. The Last Interview, la escritora norteamericana comentó su rutina. Empezaba a las cinco y media, cuando se despertaba, y continuaba con un desayuno (grande) a las seis y cuarto. Entre las siete y cuarto y el mediodía era la hora de escribir. Después del almuerzo, y hasta las tres, lectura y música; entre las tres y las cinco, correspondencia y tareas del hogar. Hacer la cena y comerla ocupaba todo el tiempo entre las cinco y las ocho. Y después de las ocho, decía la genial Le Guin, “tiendo a ser muy tonta y no voy a hablar del tema”.
Se podría decir que no existe una única forma de sentarse a escribir. Cada escritor encuentra el ritmo que mejor le va: algunos prefieren levantarse a la una de la mañana, como Balzac, y otros no se acuestan hasta las tres, como Kafka. Lo importante, lo único que parece repetirse en todas esas rutinas, es la constancia. La escritura es una tarea que ocupa tiempo, y perfeccionarse en ella requiere de dedicación, casi como si fuera una disciplina deportiva (si no, pregúntenle a Murakami). Pero las horas necesarias para esa tarea pueden aparecer en cualquier momento del día.