«El hoyo», la película de la que todos están hablando

El 20 de marzo, casualmente el mismo día que en Argentina comenzaba la cuarentena obligatoria, se estrenó en Netflix «El Hoyo». Desde ese entonces se mantuvo entre las diez ficciones más populares de esta plataforma, llegando a estar durante varios días en el puesto número uno.

El thriller español dirigido por Galder Gaztelu-Urrutia y protagonizado por Ivan Massagué transcurre en una prisión en la que las celdas están dispuestas de manera vertical y en la que la comida se distribuye desde arriba (el nivel 1) hacia abajo, dejando siempre al inferior las sobras del superior. Claro que los víveres no alcanzan para todos y llegado cierto nivel, los presos no llegan a recibir ni las migas, por lo que deben buscar cómo sobrevivir, dicha búsqueda incluye literalmente todo aquello que esté a su alcance. 

Cada prisionero comparte la celda con alguien más y puede ingresar al lugar con un objeto, mientras que Goreng, el protagonista de la historia, eligió tener consigo un ejemplar de Don Quijote de la Mancha, Trimagasi, su acompañante, lleva siempre encima un cuchillo.

La incertidumbre está a la orden del día ya que cada mes los prisioneros despiertan en un nuevo nivel de la prisión. Pueden subir y disfrutar de grandes banquetes, pueden estar en los niveles medios y apenas comer o pueden estar en los más bajos (ellos no conocen cuántos hay) y no disponer de alimentos durante 30 días. El proceso convierte en dinámica la película, ya que cada cierto lapso la historia tiene de cierta manera un nuevo comenzar y el panorama se renueva, a veces para mejor, otras para peor.

En los seis meses que debe llevar encerrado, Goreng se va cruzando con diferentes compañeros de cárcel. Entre ellas Imoguiri, una ex administradora del lugar que intenta concientizar a los presos de arriba para que racionen sus porciones y que así la comida pueda llegar a abastecer a quienes están en el último nivel (200 según ella cree), repitiendo constantemente la palabra “solidaridad”.

Al despertar en el nivel seis, el protagonista tiene como compañero a Baharat quien lejos de disfrutar los privilegios de estar en uno de los pisos más altos, está obsesionado con subir para escapar, lo que despierta una idea en Goreng: ¿qué pasaría si ellos lograran repartir la comida en todos los pisos? Desbaratarían el sistema y para que los de arriba sepan que su plan se cae, enviarían a través de la plataforma un mensaje.

Tras repartir la comida en todos los niveles, muchas veces utilizando métodos cuestionables y que van en contra de los principios que ellos parecían tener, llegan al último, que resultó ser el 333 (paradógicamente en numerología asociado a la positividad y a la buena suerte). Allí se encuentran con una niña que está milagrosamente sana y se dan cuenta que el mensaje que deben subir no es un plato de comida intacto, sino ella.

Sin bien se trata de una metáfora del capitalismo y sobre cómo el protagonista quiso cambiar el sistema repartiendo los bienes para imponer el socialismo, dado el contexto actual, en medio de la cuarentena total para evitar el avance del coronavirus, la historia podría resignificarse y convertirse en un paralelismo del presente.

Los personajes permanecen en estado de aislamiento y en ese contexto, al solidaridad, como repetía Imoguiri resulta fundamental. Ella hablaba de racionalizar los alimentos, al igual que en redes sociales aparecieron muchos mensajes pidiendo a la gente que realice las compras para pasar la cuarentena de manera inteligente y sin excederse para que todos puedan hacer lo suyo, y no como ocurrió con el alcohol, que más allá de la demanda se agotó en los primeros días.

También hoy es importante la solidaridad ya que el avance de la pandemia se combate con acciones simples como quedarse en casa, pero que individualmente nada mas no funcionan, con lo que es necesario que cada uno comprenda su rol también en pos del otro.

Finalmente, el mensaje que el protagonista decide enviar no es un plato de comida, sino una niña. Es decir que el futuro y la solución no están asociados al plano material, al igual que lo que ocurre hoy (más allá de que se espera que se avance en el descubrimiento de una vacuna) que el dinero no sirve para escapar de la pandemia, que afecta a todas las clases (claro que ayuda a pasar mejor el aislamiento).

El mensaje, la solución, la luz al final de los niveles está en la niña, que representa al futuro y a las nuevas generaciones, quienes son la esperanza. En la película la nena está sana, aún estando en el nivel más bajo, algo similar a lo que ocurre en la realidad con los niños que son la franja etaria menos afectada por el virus.

Más allá de que hoy el filme nos pueda acercar a situaciones reales, la intención del director no estuvo centrada en el presente. Incluso en una entrevista discrepó con el final que los espectadores le atribuyeron y dio su visión del mismo, más abierta pero también un tanto más negativa: “Para mí, ese nivel más bajo (el 333) no existe. Goreng está muerto antes de llegar y eso es solo su interpretación de lo que sintió que tenía que hacer”.

“Puede haber una crítica al capitalismo desde el inicio, pero mostramos que tan pronto Goreng y Baharat prueban el socialismo, intentando convencer a los otros prisioneros de compartir voluntariamente su comida, acaban matando a la mitad de esas personas, a las que se supone que deben ayudar”, agregó.

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